El último recuerdo que tengo es de mí mismo, sobre la mesa de operaciones, contando hasta diez por orden del anestesista. Después de eso un interminable vacío y, de repente, una luz muy brillante al fondo que me invitaba incontrolablemente a seguirla. Sabía que aquello podía ocurrir, era una posibilidad y había pensado mucho en ello. Tenía preparado un plan. Todavía no había llegado mi hora.
Me giré dando la espalda a la atractiva luz, dirigiendo mi conciencia en sentido opuesto, con la firme intención de dejarla atrás lo mas aprisa posible. Me sumergí en la más absoluta oscuridad en lo que me pareció un trayecto eterno cuando, al fin, esperanzado escuché una voz amable que decía “Tranquilo, ya estás entre nosotros”. Profundamente aliviado fui recuperando la consciencia hasta que pude ver al propietario de la voz, de piel rojiza, retorcidos cuernos y barba de chivo mientras me sonreía mostrando sus dientes amarillentos en señal de bienvenida.