Se
entrenaban para estar muertos, era lo único en que invertían todo su tiempo.
Jorge se había especializado en sangrar por la oreja, y nadie era capaz de
imitar la mirada de Luna, ajena a la necesidad biológica de parpadear y tan
fija en el infinito como vacía.
Tras cada bombardeo, un claxon lejano y
comenzaba la representación. Se colocaban concienzudamente en posturas
antinaturales entre los escombros, e instantes después llegaba la patrulla de
reconocimiento enemiga. El sargento Urquijo se paseaba simulando inspeccionar
minuciosamente la escena, encendía el walkie y comunicaba que no había
supervivientes. Al marcharse, como siempre, dejaba una fiambrera junto al marco
de la puerta derruido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario