Siempre
he padecido de insomnio. Me obceco y sugestiono con pequeños detalles hasta
alcanzar un estado de desasosiego que me impide conciliar el sueño. Una noche de
desesperación me decidí por fin, tras pasar la soga por mi cuello, a empujar la
silla y dejarme arrastrar por la gravedad. Pese a la arrulladora monotonía del
movimiento pendular, sigo sin dormir obsesionado con el incesante balanceo de
mis pies.
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