Se levantó dispuesta,
por fin, a dar el paso. Su pequeño y ella merecían algo mejor. Aquel hombre
nada tenía que ver con el joven estudiante de arte del que se enamoró
perdidamente. Todo comenzó con pequeños fetichismos, en sus momentos más
íntimos, haciéndola posar cual su maja particular sin hacer otra cosa que
observarla. Disfraces del matrimonio Arnolfini, poco antes de dar a luz, y
otras vestimentas derivaron después en pinturas a base de pigmentos naturales
con bisontes y escenas de caza por las inmaculadas paredes del comedor. Sus pequeñas
locuras fueron evolucionando. Colgaba relojes de las ramas de los árboles del
jardín o se pasaba horas gritando con el rostro deformado entre sus manos.
Sus intentos de
comunicarse con él eran en vano, y mientras ella intentaba hacerlo entrar en
razón, él la miraba absorto con la mano en el pecho. La situación empeoró
cuando la semana anterior, al volver a casa, se encontró sobre la
mesa una carnicería a base de trozos de toro y caballo, alumbrados bajo una
lúgubre bombilla, y al ir a buscar al culpable de aquella escena
atroz, lo hallase frente al espejo
con una oreja cercenada. Había pasado de la preocupación al miedo
constante, y no podía demorar más la decisión.
El pesado silencio
mientras bajaba las escaleras le hizo presagiar lo peor, y al llegar abajo lo
contempló desnudo, deforme y con la boca llena de sangre. Movida por el
instinto, y sin pararse a contemplar lo que sostenía entre las manos, se fue
directa a por su pequeño para salir de allí lo antes posible, pero la cuna, por
supuesto, estaba vacía.
Te superas a ti mismo.
ResponderEliminarLástima que te prodigues tan poco; aunque vale la pena esperar, porque siempre sorprendes.
Aunque no se quién eres, ¡muchísimas gracias!. Es un placer leer comentarios como éste. Me prodigo poco porque solo cuelgo una muy pequeña parte de lo que escribo, pero intentaré poner material cada menos tiempo. Un abrazo y gracias por leerme :)
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