- ¿Puedo quedarme con sus juguetes?
Mi madre y yo, reunidas como cada tarde, lo observamos incorporarse en la cama, una vez más, soltar su frase, y volver a cerrar los ojos. Llevaba haciendo lo mismo veinte años. La primera vez que lo hizo, saliendo momentáneamente del coma, nos llevamos un susto terrible. Ahora, que se había convertido en una rutina diaria durante dos décadas, apenas le prestábamos atención, pero allí seguíamos, cada una con sus preocupaciones. Ella, a la espera de recuperar algún día a su hijo, y yo, preguntándome si dije en voz alta lo que pensaba mientras lo empujaba por la escalera.
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