Cuando Héctor o Aquiles no tienen la suerte de morir en Troya, se convierten en Ulises intentando regresar a Ítaca bajo un cielo sin dioses, y llamándose Nadie para sobrevivir en la cueva del cíclope.

Cualquiera puede ser Héctor o Aquiles. Lo difícil es ser Ulises con una Troya ardiendo en la memoria.

3 dic 2013

AMANTE DEL ARTE

Se levantó dispuesta, por fin, a dar el paso. Su pequeño y ella merecían algo mejor. Aquel hombre nada tenía que ver con el joven estudiante de arte del que se enamoró perdidamente. Todo comenzó con pequeños fetichismos, en sus momentos más íntimos, haciéndola posar cual su maja particular sin hacer otra cosa que observarla. Disfraces del matrimonio Arnolfini, poco antes de dar a luz, y otras vestimentas derivaron después en pinturas a base de pigmentos naturales con bisontes y escenas de caza por las inmaculadas paredes del comedor. Sus  pequeñas locuras fueron evolucionando. Colgaba relojes de las ramas de los árboles del jardín o se pasaba horas gritando con el rostro deformado entre sus manos.

Sus intentos de comunicarse con él eran en vano, y mientras ella intentaba hacerlo entrar en razón, él la miraba absorto con la mano en el pecho. La situación empeoró cuando la semana anterior, al volver a casa,  se encontró sobre la mesa una carnicería a base de trozos de toro y caballo, alumbrados bajo una lúgubre bombilla, y al ir a buscar al culpable de aquella  escena atroz, lo hallase frente al espejo con una oreja cercenada. Había pasado de la preocupación al miedo constante, y no podía demorar más la decisión. 

El pesado silencio mientras bajaba las escaleras le hizo presagiar lo peor, y al llegar abajo lo contempló desnudo, deforme y con la boca llena de sangre. Movida por el instinto, y sin pararse a contemplar lo que sostenía entre las manos, se fue directa a por su pequeño para salir de allí lo antes posible, pero la cuna, por supuesto, estaba vacía.