Como cada noche hacía la ronda previa a cerrar el museo, visitando en último lugar el espacio dedicado al terror y sus protagonistas. Allí, agazapada entre Drácula y una desgastada momia, una figura más real de lo habitual llamó mi atención. El chico, de unos catorce años, viéndose descubierto se incorporó y vino a mi encuentro.
- ¿Qué hacías ahí, hijo? le pregunté en tono condescendiente. - Es hora de cerrar.
Su respuesta heló tanto mi alma como mi lengua.
- Mamá me dijo que, al nacer yo, papá sintió mucho miedo, y se fue para siempre. Hace apenas una hora, en este mismo museo, Marta, al abrirle mi corazón me dijo que sus sentimientos hacia mí le producían pavor, y se marchó sin darme explicación alguna. Creo que a mi edad, con toda una vida dedicada a atemorizar a cuantos me rodean, me he ganado el derecho a permanecer en esta sala.
¡Hola!
ResponderEliminarMe atrevo a dejarte un comentario en este microrrelato porque es el que más me ha gustado. Para mí, es impactante y desgarrador.
Seguiré leyéndote.
Un abrazo :)
Lo siento, éste no está a la altura...
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