Todo sucedió en apenas unos segundos. Don Arturo de Moncada, académico, Decano de la Facultad de Letras y profesor intachable, salía de su despacho a las siete en punto de la tarde, cruzaba el campus y se dirigía hacia su automóvil cuidadosamente aparcado en el reservado para docentes de la universidad de la calle Miguel de Cervantes, cuando repentinamente unos encapuchados irrumpieron con violencia en su trayecto para, antes de darse a la fuga, arrebatarle su exquisito portafolios de cuero color avellana y dar con sus eméritos huesos en el suelo.
Un hombre como él, cultivado y acostumbrado a desenvolverse con extrema soltura en el uso del lenguaje, se dispuso en el breve instante que duró su caída a encontrar las palabras exactas con las que amonestar, al menos verbalmente, a sus asaltantes. Su analítica mente desechaba al instante aquellos términos cuyas acepciones restasen significado a la indignación que sentía; y puesto que un animal es un ser orgánico que vive y siente; un salvaje, el individuo perteneciente a una primitiva tribu; cafre, el habitante de una antigua colonia inglesa; energúmeno, el poseído por el demonio; bestia, un animal cuadrúpedo; alimaña, el bicho perjudicial a la caza menor; y bruto, el desagradecido hijo de todo un emperador, concluyó su búsqueda vocalizando perfectamente y en elevado tono de voz:
- ¡No sois más que un atajo de seres humanos!