Al subir al caballo y sentir por última vez el contacto de su mano pensó que, tal vez, aquella despedida fuese para siempre. Sus ojos la vieron alejarse y no pudo reprimir las lágrimas. Siempre sospechó que llegaría el día de decir adiós a su madre, pero nunca pensó que fuese tan pronto. La vio alejarse despacio, con una sonrisa en sus labios, ajena al dolor de la despedida, y más guiado por el semental blanco que montaba que por su propia mano, emprendió la marcha.
Se sintió perdido mientras el rostro de aquella primera mujer de su vida no cesaba de pasar ante sus ojos. Cerró los ojos fuertemente y deseó bajar de aquel caballo, abandonar a cuantos desconocidos compañeros de viaje le rodeaban y volver a ser un niño en brazos de mamá.
Súbitamente, el grupo al completo detuvo la marcha, y mientras miraba atónito como el resto de jinetes desmontaba, su sueño se hizo realidad. Mamá lo ayudó a desmontar y le prometió un algodón de azúcar para olvidar el mal trago.
Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias y muy felíz año para tí también. Me alegro mucho de que te gusten los relatos y siempre es un placer ver que la gente se anima a comentar. Un saludo! :)
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