Era un rival grande, sería difícil fallar, pero sentía el revólver tan pesado que dudaba si podría prepararlo con la rapidez y destreza necesarias para salvar la vida…una vez más.
El sol estaba en lo más alto del cielo, el sudor de mi frente me hacía entrecerrar los ojos, mientras las campanas de una Iglesia cercana comenzaban a marcar la hora señalada. Un paso, dos, tres… El sonido de las botas retumbaba en mis oídos al compás de los latidos de mi corazón. Un segundo más y todo habría terminado, cuando, de repente, un grito desgarró el ceremonioso silencio:
-¡Aitor, a comer!
Aunque intenté evitarlo, al pasar junto a él, pude ver el gesto burlesco de su lengua de peluche, y sus ojos, clavados en mí, parecían decir “Corre con mamá, has vuelto a salvar el pellejo”.