Por
fin quietas. Las he seguido hasta su nido, las he visto agonizar y han muerto.
Años mofándose de mí, robando mi comida, invadiendo mi plato, violando con sus
correteos el silencio de mis noches. Burlando las trampas, los cebos, las fumigaciones.
Parecían adentrarse en mi mente, adelantarse a todos mis movimientos en la
batalla sin cuartel contra su presencia.
He
tenido que probar yo mismo del plato para urdir el engaño, con avidez, sin
pensarlo, sin dar lugar a que oliesen la duda. Ya vienen los primeros espasmos,
pero entre ellos sonrío, por un instante, mi casa ha sido solo mía.
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