No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento. Esperaba verla salir corriendo para detenerle, para rogarle que no se fuese de su lado, confesarle la verdadera razón por la que lo había hecho venir aquella noche lluviosa y lo que sentía por él. Le pediría que envejecieran juntos y que, desde ese momento, compartiesen cada detalle de sus vidas, comenzando por esa pizza.
La puerta no se abrió y, taciturno, se dirigió a su motocicleta alejándose en la noche. Era temprano y todavía quedaban muchos repartos para probar suerte, el amor de su vida podía estar esperándole tras cualquiera de aquellas puertas.