Los dos grandes peces
se encontraban, como cada sábado, congregados junto al anzuelo. Conversaban animadamente
entre ellos, y habían llevado comida para amenizar la espera.
Pasaron así la mañana y
gran parte de la tarde, hasta que cuando la paciencia comenzaba a escasear,
sintieron que el corcho se elevaba sobre el agua. Súbitamente y al tiempo
dieron al hilo un potente tirón que acabó con el viejo pescador hundiéndose
junto a ellos. Un persistente pataleo primero. Después, esporádicos espasmos
cada vez más intermitentes, hasta que sus ojos incrédulos quedaron fijos en la
eternidad.
Finalmente, al
anochecer, los peces se despidieron y felicitaron por la captura. Había sido,
sin duda, un gran día de pesca.
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