Sir Isaac Newton era sin duda un hombre de costumbres. Cada mañana, tras el habitual desayuno, salía a caminar por el mismo recorrido, haciendo el mismo alto en idéntico lugar, un fértil manzano cuya sombra le servía de cobijo para recostarse a meditar.
Aquel día, sin motivo aparente, decidió hacer la acostumbrada parada en un frondoso roble, unos pasos más alejado de su camino. Nunca fue consciente de la gravedad del asunto.
1er Premio en el VIII Certamen Internacional de literatura hiperbreve Pompas de papel.