Era uno de esos días de
verano en los que el sol parece querer vengarse de alguien. El aire, mas que
moverse parecía envolverte provocando una sofocante sensación de asfixia, y
aquel era el único lugar donde se podía encontrar gente congregada al aire
libre, la piscina.
Yo poseía una gran
facilidad para acercarme a la gente y hacer amigos por lo que, desde hacía ya
un buen rato, me encontraba bien integrado entre un grupo de chicos de mi edad.
Permanecíamos sentados en círculo bajo unas sombrillas cuando uno de ellos me
dijo disimulando:
-
Aquella chica no te quita la vista de
encima.
Todos miraron disimuladamente
hacia allí donde, efectivamente, una chica alta y rubia, muy guapa, no cesaba
de echarme ojeadas furtivas por encima de su revista.
-¿Apostáis a que, si me
voy al agua, no tarda más de diez segundos en venir tras de mi?
Mis nuevos compañeros
me miraron calibrando la magnitud de mi fantasmada. Pero, nada más ponerme en
pie, la chica dejó a un lado la revista, y apenas hube tocado el agua, su mano ya
agarraba la mía.
-¡Ulises!, que sea la
última vez que te vas al agua sin manguitos.
Me sacó del agua y me
subió en brazos dirigiéndose a su tumbona mientras yo, desde su hombro,
dedicaba a mis amigos mi mirada más triunfal.