Pese a los gritos de su
buen escudero Sancho, aludiendo a que eran molinos de viento a lo que se
enfrentaban, Alonso Quijano dio de espuelas a su caballo Rocinante dirigiéndose
hacia el mayor de todos los gigantes que ocupaban la extensa planicie
castellana. Tras un hábil movimiento sobre la montura, el caballero logró
evitar la descarga del poderoso brazo y colocar un certero golpe con su lanza
bajo la axila. La pica se incrustó en la carne tras el violento envite quedando
el titán tendido en el suelo y herido de muerte.
El resto de gigantes,
tras ver derrotado a su rey de tan valerosa y diestra manera, y ante la incredulidad de Sancho, se
rindieron ante Don Quijote entregándole sus tesoros.