Aburrido
de la eternidad, decidió dedicar unos milenios a realizar un estudio serio
sobre la viabilidad de la diversidad de especies a las que había dado vida. El
experimento era muy sencillo. Consistía en dejar una pareja, macho y hembra, de cada una de estas especies, en un medio
idílico de condiciones inmejorables para la supervivencia y la felicidad. Su
estancia en aquel paraíso terrenal estaba sujeta a una única condición,
disfrutar de todo cuanto les rodeaba excepto de los frutos de un árbol
concreto. No se trataba de que aquellos frutos tuviesen algo de especial. Si
así fuese habría bastado con esconderlos. De hecho había cientos ,de idénticas
características, a los que sí tenían acceso. Se trataba más de una cuestión
para analizar si había dotado a la especie en cuestión del raciocinio
suficiente para valorar los pros y contras de las situaciones a las que se
enfrentaban.
Sólo una hubo que no solo provocó su
expulsión, sino que lo hizo además en un tiempo record, dejando en entredicho
la infalibilidad del Creador. Cuarenta y nueve de aquellas parejas, antes de
ellos, se dedicaron a disfrutar de todo cuanto les rodeaba sin parar siquiera a
plantearse su salida de aquel inigualable entorno, y otras cuarenta nueve
hicieron lo propio después.
Consternado,
aún quiso el Eterno darles una oportunidad de explicarse para tratar de
entender dónde debía buscar el error. Al no escuchar más que locuras sin
sentido culpando a un insignificante reptil del episodio, dedujo que aquello no
tenía arreglo y los dos individuos fueron desechados, expulsados del entorno y
abandonados a su suerte.