Había fantaseado con ese día y aquel traje de princesa desde hacía tanto tiempo, y al fin había llegado. La cenicienta hubiese querido perder unos zapatos como aquellos. Estaba guapísima, como en los cuentos, mejor que en sus mejores sueños. Acostumbrada a la austeridad y al ahorro, al desgaste de sus juguetes hasta verlos deshacerse entre sus pequeñas manos, poder llevar un disfraz como aquel, tan caro, y sentirse así, el centro de su pequeño universo por un día, no tenía precio. Sería la envidia de todas sus amigas, y papá se encargaría de llevarla de la mano para que la pudiesen ver bien. Después de tantos cumpleaños vistos desde la segunda fila, por una vez, sería ella la que saldría en las fotos, la que observaría sonriente, sabiéndose el centro y envidia de todas las miradas. Se resistía a pensar que aquello fuese a sucederse sólo una vez, por lo que, poco antes de dar el sí, su mente ya navegaba en busca la excusa perfecta para divorciarse de Gabriel. Esa historia, merecía un bis.